Las almohadas son casi tan antiguas como el mundo. Se sabe que estuvieron presentes en la civilización sumeria y en el Egipto de los faraones, aunque eran sensiblemente más duras pues su relleno, aunque de materiales naturales, no era de plumas sino de madera, alabastro o metal y que su función pudiera haber sido la de mantener el peinado durante la noche. Así es fácil deducir que sólo fueran empleabas por la clase alta.
Se han encontrado testigos en las tumbas del Egipto Antiguo y llegaron a ser una forma de arte muy refinada, sobre todo en China, donde los materiales naturales tipo madera y piedra, dieron paso a piedras más exclusivas (jade) y a la porcelana, con tallas y colores muy elaborados. Su uso iba más dirigido hacia el descanso y la salud dado que a los materiales empleados se les atribuían propiedades curativas. En muchos casos eran pequeñas cajas con rellenos naturales, pero igualmente duras.
Las almohadas con rellenos blandos, -principalmente paja y plumas-, aparecieron en Grecia y Roma, también como elemento de descanso exclusivo de la clase pudiente, y a partir de ahí su empleo empezó a extenderse encontrándose en la Europa medieval siempre en ambientes corteses y en forma de cojines bordados muy de moda a partir de entonces.
El despegue de la almohada como elemento popular para el descanso llegó con la Revolución Industrial y la producción masiva y poco a poco se fue formando el amplio catálogo de almohadas al que podemos acceder hoy y que cubre las necesidades y los gustos de todos.
La gran pregunta es cómo será la almohada del futuro. Deberá cubrir nuestras necesidades de descanso y mejorar, en la medida de lo posible, nuestro sueño, pero… ¿deberá cumplir alguna función más? Todo depende de cómo evolucione nuestro modo de vida y la importancia que otorguemos a la necesidad básica del sueño. Adelantar posibilidades como algunas que circulan por internet y que incluyen almas robóticas puede ser un poco ciencia-ficción, ¿no?
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